Una buena digestión

Cuando comemos, nos alimentamos para nutrirnos. Esto debería ser nuestro objetivo final. Para conseguirlo es fundamental disfrutar de buenas digestiones. Así pues, cuando escogemos unas verduras del huerto, una fruta bien madura o un pescado salvaje, lo que nos interesa es que éstos se transformen en pequeños nutrientes para la construcción y renovación de nuestro organismo. Esta transformación del alimento en nutriente es el resultado de todo un proceso digestivo.

Una buena digestión empieza en la boca, donde es importante masticar bien el alimento para ayudar al estómago y al intestino en su función. Gracias a las enzimas que segregamos en la saliva, descomponemos estos alimentos y obtendremos glucosa, aminoácidos, ácidos grasos, vitaminas, minerales y otros pequeños micronutrientes que pasarán a nuestro torrente sanguíneo a través de las paredes del intestino delgado. Cuando estos componentes lleguen a la célula, los asimilaremos y metabolizaremos y pasarán a formar parte de nosotros. Este es nuestro reto… y desgraciadamente, hay diversos factores que impiden este proceso. El exceso de productos procesados de los supermercados, abusos de azúcar o de sal, fritos o una presencia diaria de grasas saturadas hacen que irritemos nuestras mucosas intestinales produciendo inflamaciones, que son el principio de la mayoría de enfermedades. También quiero destacar uno de los factores más importantes de les malas digestiones: el estrés, que se ha convertido en una epidemia de nuestros días. Este estrés nos anula el sistema inmune y nos altera completamente la digestión. Hay gente que sufre procesos de estreñimiento mientras otros tienen diarrea. Todo esto ocasiona que estos nutrientes no se puedan asimilar, que no lleguen a destino, a la célula en cuestión, y no podamos disfrutar de los beneficios de los alimentos que comemos.

Así pues, somos lo que comemos pero, sobre todo, ¡somos lo que digerimos!